Articulo de Leyendas Infantiles Cortas sobre El nacimiento de la Luna y el Sol
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Cuentan los mitos mexicanos que hace un buen tiempo, la Tierra estaba envuelta en una total obscuridad, puesto que no existía un sol que alumbrase y diese calor a los seres vivos. Dándose cuenta de esto, los dioses decidieron reunirse en la enorme urbe de Teotihuacán, que estaba en el cielo. Había entre los hombres un sitio que era como la sombra de este paraíso, con sus grandes pirámides y extensas calles de piedra, al que le pusieron exactamente el mismo nombre.
Tras mucho deliberar, los dioses decidieron encender una gran fogata entre los habitantes de dicha urbe para crear el sol. Mas no sería tan fácil.
Aquel que quisiese transformarse en el sol y arder en el firmamento por la eternidad, debería meterse en la fogata y dar su vida para alumbrar a la creación. Como es lógico, no todos estaban prestos a hacer tal sacrificio, más había 2 personas que deseaban hacerlo.
La primera era un bello y fuerte guerrero, rico y vanidosísimo. Continuamente andaba repartiendo oro y piedras bellas entre sus amigos para hacerles ver que era generosísimo.
La segunda, era un hombre enclenque y pequeñísimo, con el cuerpo cubierto de llagas y que vivía en la más absoluta pobreza. Lo único que tenía para ofrecer a el resto, eran sus buenos sentimientos y sus ganas de trabajar honestamente. Pese a ello, el guerrero presumido siempre y en toda circunstancia lo hacía menos y se burlaba de él.
Llegó el día del sacrificio y en el último momento, el enorme guerrero se amilanó y reculó, miedoso de fallecer calcinado. El hombre pequeño, no obstante, avanzó valerosamente y se consumió en las llamas, de entre las que salió transformado en una estrella de fuego que se elevó hasta el cielo. Era el Sol, el astro más imponente y noble que había entre las estrellas.
Cuando las personas de Teotihuacán lo contemplaron llenas de admiración, el guerrero se sintió fallecer de celos y por pura envidia, se lanzó asimismo en la fogata, de la que salió transformado en un segundo sol.
Y esto intranquilizó mucho a los dioses, que sabían que no podían existir 2 soles en la cúpula celeste. Conque decidieron apagar al segundo, puesto que su sacrificio no había sido franco. Tomaron un conejo y también hicieron un nudo en sus orejas, por el que comenzaron a balancearlo. Entonces lo lanzaron fuertemente cara el último sol, cuyo brillo se apagó al momento, quedando la huella del conejo en su superficie.
Ese sol tardío y sin luz se transformó en la luna, que desde entonces debería salir únicamente a la noche para purgar su vergüenza.
De ahí que que hasta en la actualidad, si miras con atención, vas a reconocer las orejas de un conejo en determinadas noches de luna menguante. Y asimismo es la razón de que hasta el presente, le debamos tanto al astro rey que nos cuida con su luz y su calor. Él vivirá en el cielo, hasta el momento en que los hombres prosigan cobijando sentimientos francos.