El Oso Perezoso

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El Oso Perezoso

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Roloso era el oso más perezoso de “El bosque de los Osos”. Y lo peor era que su vagancia aumentaba día a día. Roloso se había vuelto tan mas tan perezoso que en ocasiones ni comía pues le daba vagancia apresar su comestible.
Cuando deseaba comer, siempre y en toda circunstancia aguardaba a que sus amigosos se esforzasen a lo largo de horas cazando para lograr comida. Roloso se aproximaba disimuladamente en la noche cuando sus amigosos dormían y sacaba 2 conejos del refrigerador, “prestados” como decía él, y se los llevaba bien lejos, en donde prendía una hoguera, les ponía ciertas yerbas para adobar y los ponía a asar. Comía exquisito mirando las estrellas y riéndose por el hecho de que se creía el oso más listo en tanto que no debía trabajar para comer.
Los amigosos eran múltiples hermanos que asimismo eran los vecinos de Roloso. Ellos eran trabajadorcísimos y eran muy respetados por todos en el Val de los Osos.
No lo habían descubierto jamás, pues en el refrigerador siempre y en todo momento habían más de cincuenta conejos y cuando faltaban 2, no se apreciaba la diferencia. Lo hacía dos veces a la semana. Entonces tres veces. Llegó al punto en que lo hacía todos y cada uno de los días. Roloso había creado un hábito muy mas malísimo.
Un día tenía tanta apetito que sacó cinco conejos. Él pensaba: “No creo que se den cuenta que faltan cinco conejos. Siempre y en todo momento les he robado y no lo han notado”.
Mas Roloso no se había dado cuenta que ese día solo habían cinco conejos en el refrigerador. Él se había llevado todo. ¡Todos y cada uno de los osos se iban a dar cuenta pues iban a localizar el refrigerador vacío!
Y sucedió de esta manera. Al día después todos y cada uno de los osos se alarmaron y acordaron hacer guarda a la noche para descubrir a la criatura que les robaba el alimento.
Roloso no sabía nada.
En la noche, como es costumbre, Roloso se levantó de la cama y pensó: “¡Qué apetito tengo! Podría comerme un oso. Ah no, asimismo soy oso, deseé decir que podría comerme un venado. Veré si mis amigosos han cazado algo para adobarlo con unas finas yerbas que tomé prestadas el pasado día de mi vecina, la osa Teresa”
Entonces se dirigió cara una ventana cerca al refrigerador de los amigosos para poder ver si estaban cerca. El próximo paso era observar que absolutamente nadie de afuera viese que estaba ingresando a la casa de los amigosos. Todo estaba listo y Roloso se apuró a ingresar a la casa con una bolsa más grande de lo normal pues esta vez pensaba llevarse diez conejos.
Roloso ingresó y no hubo inconvenientes. Tenía la enorme bolsa en su mano derecha, con la izquierda abría la puerta del refrigerador, y la baba se le caía de la enorme sonrisa que tenía con lo que hacía. Mas la sonrisa se le borraría de la cara cuando al levantar el primer conejo del refrigerador, se encendiesen las luces y comenzase a percibir múltiples pasos de osos corriendo. Roloso sabía que esos pasos eran de los amigosos ….
Roloso sabía que esos pasos eran de los amigosos …. y Roloso en ese instante no sabía dónde meterse!
“¿Quién anda ahí?”- afirmaron múltiples voces. Roloso se ponía poco a poco más y más inquieto. ¡Se tiró por la ventana que daba a la calle, se cubrió la cara con la bolsa a fin de que absolutamente nadie vea su semblante y comenzó a correr como jamás lo había hecho. Su corazón latía tan fuerte que el sonido despertó a la gente que dormía. Sentía que se desmayaba mas sus piernas parecían las de un caballo mientras que se esmeraba por ver por donde iba para no tropezarse en tanto que apenas podía ver mediante la bolsa.
“¡Detengan al ladrón!”-afirmaban los amigosos. La gente comenzaba a encender las luces de la calle para procurar ver al ladrón y también identificarlo mas para suerte de Roloso, absolutamente nadie pudo verlo puesto que llegó rapidísimo a su casa. Ese día durmió oculto bajo la cama. La noche parecía infinita. Pasaron muchas ideas por la cabeza de Roloso. Se sentía muy mal y al fin se había dado cuenta del mal oso en que se había transformado. “¡Detengan al ladrón!” sonaba y retumbaba una y otra vez en su cabeza.
“Y meditar que todo había empezado por dejarme llevar por mi vagancia, por apreciar conseguir