Articulo de Cuentos Infantiles con Moraleja sobre El Regalo y la Flor
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Ya se iba acercando la data del aniversario de la madre de Irene, y como de año en año, y sus hermanos hacían una celebración. Mas Irene deseaba hacerle un regalo singular, algo único y exclusivo para ella, y no se refería a un cuadro de macarrones y lentejas, ni a un enorme televisión de plasma o bien un ramo de flores. Pensaba dónde podría hallar tal regalo, puesto que ya sabía que no sería una tarea fácil, con lo que fue descartando tiendas, supermercados y asimismo reposterías.
Aun pensó en de qué forma lo descubriría, que quizás de bruces se lo hallaría. Y de esta manera fue como sucedió, sin aguardarlo ni planearlo, una tarde apareció, mientras que Irene merendaba algo vio. Un centelleo, un extraño brillo se veía al final del jardín, mas al cruzarlo resultó estar más lejos, y tiró montaña arriba, sin pensarlo un par de veces, entre curiosidad y sorprendo, deseando capturarlo. Relucía al son del viento apresando a Irene. Ella proseguía caminando. Le parecía un cuarzo o bien tal vez un diamante, o bien mejor todavía, una estrella celeste.
Al llegar hasta allá, descubrió una pequeña y extraña flor, era preciosa y frágil, única en toda la montaña. Irene estaba conmovida, puesto que sabía que ese era el regalo que había estado buscando, y no vaciló ni un segundo en coger la planta. Haría un bonito prendedor a fin de que lo luciese su madre, o bien no, quizá, un broche o bien un collar, que en su cuello quedaría excelente.
La llevó a su casa, y la plantó; la regó y un beso de buenas noches le dio. Al despertar por la mañana siguiente, vieja y marchita se la veía, algo extraño la sucedía, puesto que ni de lejos parecía exactamente la misma flor de el día de ayer. Pasaron los días y en su semblante ni su brillo ya continuaba. Irene no comprendía qué ocurría, puesto que la regaba y la cuidaba día a día. Mas no se daba cuenta que, pese a tener todo el cuidado, lo más esencial le había quitado.
El día del aniversario, Irene, realmente triste, le dio la flor alicaída a su madre, y le contó lo que le había ocurrido. Entonces su madre le afirmó que no se preocupase por su regalo de aniversario, y que sería más bonito obsequiarle la vida a la plantita, en tanto que por realmente bien atendida que estuviera siempre y en todo momento extrañaría el aire, la tierra, el agua y todo lo que le daba la montaña.
Y de esta manera Irene comprendió que la belleza y aquel brillo que tenía la flor solo podrían existir en el ambiente natural donde la había encontrado, y de vuelta la llevó a la montaña.