La zorra y la cigüeña

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La zorra y la cigüeña

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Hubo una vez una zorra que invitó a una cigüeña a cenar en su casa. La zorrita vivía en una madriguera y, haciendo como que deseaba quedar bien con su plumífera vecina, empezó a insistir en que se presentase esa noche para saborear con ella todo género de manjares y sabrosos postres.
—Voy a preparar todo cuanto a le agrada señora cigüeña —dijo zalameramente—, incluyendo una sopa deliciosa que probablemente la va a hacer entrar en calor. Ya va a ver, venga esta noche a cenar y no se arrepentirá.
La cigüeña, halagada por el trato de la zorra, le prometió que esa noche asistiría a su madriguera. Dicho y hecho, apenas el sol se puso, se ocupó de engalanar sus plumas para lucir presentable y bajó a la casa de la zorra, contentísima por los platillos que le había prometido. Además de esto tenía bastante apetito y el fragancia de el alimento recién hecha le abrió el hambre.
—¡Qué bueno que has llegado, amiga mía! —le afirmó la zorra— Siéntate, voy a servir en un instante.
La cigüeña tomó asiento y enseguida, la zorra apareció con 2 platos de apetecible sopa. Mas había un problema: los platos eran demasiado planos para el pico de su convidada. Por mucho que procuraba sorber el caldo, este se resbalaba de su pico, dejándola cada vez con más apetito.
La zorra, riendo para sus adentros, lamía con sencillez su plato observando los intentos de su convidada por alimentarse.
Al final, muy insultada por semejante grosería, la cigüeña decidió irse.
—Disculpa, mas me he quedado sin apetito —le afirmó a la zorra fríamente, ya antes de salir de la madriguera, muy humillada.
Al día después fue quien invitó a su vecina a cenar en su casa del estanque. La zorra se extrañó por esto, puesto que creía que tras lo ocurrido en su casa, la cigüeña no desearía hablarle nunca. Se afirmó a sí que era muy imbécil. Mas, tentada por la promesa de comida sabrosa, admitió asimismo la convidación sin imaginar lo que el ave había planeado.
De noche, la zorra asistió al estanque y la cigüeña la recibió con una sonrisa.
—Pasa, querida amiga —le dijo—, te encantará la sopa que preparé para ti.
Enseguida salió de la cocina llevando el caldo en 2 grandes vasijas de cuello largo. Le puso el suyo a la zorra y después empezó a comer. La zorra, por mucho que trataba, no podía meter el morro en aquel recipiente tan largo y estrecho. En cambio la cigüeña, con su pico podía llegar hasta el fondo y sorber la sopa en tanto se recreaba por su venganza.
Humillada, la zorra entendió que había recibido su justo y se devolvió a su madriguera. Estaba muy hambrienta mas había aprendido una valiosa lección. Jamás más volverá a incordiar a su vecina.
Moraleja: Jamás hagas a el resto lo que no te agradaría que te hiciesen a ti. Si tratas a tus semejantes con afabilidad, van a hacer lo mismo contigo.