Sobre ceder el asiento a los ancianos en el bus…

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Había mucho tráfico en el centro de la urbe y la gente se confundía entre los carros que iban apurados. Era una mañana de intenso calor, hora punta como afirman ciertos, las 8 de la mañana, en la que todos tratan de llegar a su destino a como de sitio (trabajo, instituto, universidad, etcétera). Subí al primer autobus que pasó pues en caso contrario me tardaría considerablemente más, pensé. Iba con mi Madre y el autobus estaba lleno y absolutamente nadie deseó cederle el asiento reservado. Lamentaba en ese instante haber subido al autobus y cuando por consideración a ella deseamos bajar del autobus, alguien tocó mi mano . Volteé y no había absolutamente nadie. Entonces escuché una voz que me hizo mirar cara abajo. Era un pequeño y le estaba cediendo el asiento a mi Madre. Era mi sobrino.
Me sorprendió verlo en exactamente el mismo autobus. La indiferencia frente a los ancianos, ese día me quebró. “No te preocupes tío”, afirmó en ese instante mi sobrino que iba al instituto. Recordé por un momento las lecciones que mi Padre nos daba cada mañana ya antes de irse a trabajar y por las noches ya antes de dormir. Mi Padre decía: “Las acciones y las palabras afirman mucho de las personas. Es como una carta de presentación ante el resto y puede conseguir que la gente nos admita o bien nos rechace. David, me hizo rememorar aquellos fáciles y prácticos consejos de mi Padre que ahora me hacen meditar que todo comienza en el hogar y que el tiempo pasa, y que cualquier día todos vamos a llegar a ser ancianos. Creo me agradaría que me traten bien, que no me ignoren cuando ya no pueda sostenerme de pie y me agradaría que todos recordásemos a nuestros Progenitores toda vez que veamos a una persona que necesite que por lo menos le demos el siento.