El deseo del pastorcito

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El deseo del pastorcito

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Había una vez un pastorcito que tenía un enorme rebaño de terneros, a los que todos y cada uno de los días llevaba a pastar a las montañas. Allá, había verdes praderas en las que a ellas les agradaba jugar y comer. Mas su amo debía estar todo el tiempo muy pendiente de ellas, puesto que era simple que se perdiesen. Las montañas estaban llenas de pasadizos de rocas y rincones en los que una oveja distraída podría caer y perderse.
Si bien sus progenitores le habían advertido sobre esto muy frecuentemente, el pastorcillo era desentendido por naturaleza y mientras que su rebaño se nutría, se satisfacía con sentarse sobre medio de la yerba para mirar las nubes y soñar.
De ahí que fue ineludible que un día, una pequeña oveja se perdiese, alarmándolo al no hallarla.
—¿Dónde va a poder haberse metido? —se preguntaba, tras haberla buscado por las cercanías.
Agobiado, elevó sus oraciones al cielo y le charló a Zeus, el más grande de los dioses del Olimpo.
—¡Oh, Zeus todopoderoso! Por favor, ayúdame a localizar a quien se ha llevado a mi ternerito —le suplicó—, si haces esto por mí, prometo sacrificar una de mis mejores ovejas en tu nombre.
Dicho esto, un rayo de luz brotó de entre las nubes, alumbrando un prado próximo. El pastorcito corrió hasta allá, pensando que hallaría al vil ladrón de ovejas. Y lo halló, mas resultó ser un león que en ese instante, estaba devorando a su pobre animal.
El muchacho empalideció cuando el felino posó sus ojos en él.
—¡Oh, gran Zeus! Sé que te prometí sacrificar un cordero en tu nombre —volvió a gritar—, mas por favor, ¡ayúdame a escapar de este león y te juro que sacrificaré un toro!
Tan pronto como hubo echo esta oración, el león fue fulminado bajo una avalancha de rocas, que le dejó al chico correr a toda prisa para regresar a su rebaño. Cuando llegó al lado de sus corderillos estaba exhausto mas con vida. Recién entonces se dio cuenta del inconveniente en el que se había metido.
Su familia no tenía toros, solo ovejas y algún animal más pequeño. En su temor, había prometido a Zeus algo que no sería capaz de cumplir y bien se sabía que el dios podía ser realmente vengativo.
De esta forma, retornó a su casa apesadumbrado por la pérdida de la oveja y el juramente que había hecho. Cuando contó todo a sus progenitores, la sofocación se apoderó de la familia. Por último, debieron vender una gran parte del rebaño de ovejas para poder lograr una res, que fue correctamente sacrificada en la pira.
Y desde ese instante, el pastorcito se volvió más reflexivo en su forma de actuar. Jamás más volvió a desatender a sus ovejas y sobre todo, comenzó a meditar un par de veces ya antes de jurar algo a el resto.
Moraleja: En ocasiones, por apreciar hallar soluciones veloces creamos más inconvenientes. Piensa bien ya antes de actuar, no hagas promesas falsas y aprende a ser cauteloso con tus cosas.