Simbad y el Viejo del Mar

Articulo de Cuentos de Aventura para Niños sobre Simbad y el Viejo del Mar

Simbad y el Viejo del Mar

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En nuestra aventura precedente , vimos como Simbad conseguía escapar de las cavernas en las que lo habían encerrado al lado de su fallecida esposa. Quedaban aún historias por contar al carguero pobre, que como ya se había hecho costumbre, asistió al siguiente día para comer con él y oir sus relatos. En el momento en que hubieron terminado su opulento almuerzo, Simbad empezó a hablarle del quinto de sus viajes.
—Me había fatigado nuevamente de la vida de rico en la ciudad de Bagdad y deseé tener más aventuras —dijo—, conque me adquirí otro navío y procuré más hombres para partir inmediatamente.
Nos hicimos a la mar y en el camino nos hallamos con otra isla desierta, en donde vi algo que me pareció muy conocido: era un enorme huevo de ave ruc. Al desembarcar para verlo de cerca, la insensatez se apoderó de nosotros y acabamos rompiéndolo para nutrirnos con el polluelo. Mas no debimos hacerlo, puesto que inmediatamente las aves se mostraron enfurecida.
Escapamos cara nuestra embarcación, mas las monstruosas criaturas provocaron una tormenta que hizo que el barco se hundiese. Y nuevamente me hallé flotando solo, a la deriva y en la mitad de un océano enorme.
Fue en ese instante que llegó el Viejo del Mar, un viejo repugnante que se abrazó a mi cuello y mi torso con sus brazos y piernas, esclavizándome y condenándome a llevarlo por siempre en mis espaldas. Día tras día y cada noche, sin reposo alguno, debía nadar llevando a ese ser encima de mí. Solo aguardaba la muerte.
Un día, hallé un barril de vino flotando en el agua. Era una de las provisiones de nuestro navío. Sin más ni más, persuadí al Viejo del Mar de tomar hasta el momento en que perdiese la consciencia y cuando cayó dormido, pude deshacerme de él y escapar nadando tan lejos como me fue posible. Por fortuna otra embarcación pasaba cerca de ahí y pudo salvarme.
Mas no desembarcamos de vuelta en la ciudad de Bagdad , sino más bien en una enigmática isla habitada por monos caníbales, que habían expulsado a las personas, obligándolas a vivir en navíos mientras que ocupaban sus casas. Cuando las bestias trataron de devorarnos, les lancé piedras a fin de que me dejasen sosegado. Ellos a su vez me lanzaron decenas y decenas de cocos.
Con estos cocos volvía a cargar el navío y retorné a Bagdad, donde los vendí todos y recobré nuevamente mi gran fortuna. Y otra vez volví a establecerme como un hombre adinerado entre los mejores mercaderes.
Simbad volvió a sacar varias monedas de oro de su bolsillo para dárselas al carguero.
—Ya sabes lo que debes hacer, gracias por haber escuchado otra de mis historias. Mañana te espero nuevamente y proseguiremos hablando.
—¡Qué sea bendecido por su esplendidez! —le afirmó el humilde hombre, ya antes de salir de su vivienda para retornar a su pequeña casa, en donde había estado guardando las monedas de oro, amontonando una minúscula fortuna.
¿Quién sabe que más aventuras excepcionales tendría para contarle aquel rico mercader?
CONTINUARÁ