Simbad y los hombres pájaro

Articulo de Cuentos de Aventura para Niños sobre Simbad y los hombres pájaro

Simbad y los hombres pájaro

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A lo largo de nuestra última aventura de Simbad el marino, pudimos enterarnos de como volvió a zozobrar con su navío, llevándolo su suerte hasta la tierra de Ceilán, un reino fantástico en donde los diamantes y las piedras hermosas abundaban.
Aquella mañana, Simbad el carguero se dirigió como es costumbre a la casa de su patrón, deseoso por percibir la última de sus historias.
Simbad, el mercader, le hizo sentarse como ya era frecuente y juntos comieron en una opulenta mesa, mientras que hacía memoria de su más reciente aventura.
—Como te afirmé ya antes, volví a Bagdad transformado en un hombre riquísimo nuevamente —comenzó él a relatar—, como vas a poder imaginarte no pude continuar demasiado en tierra, ya antes de sentir la inquietud de aventurarme en el mar de nuevo. Del mismo modo que las otras veces, junte una tripulación con los hombres que aún estaban prestos a acompañarme y me adentré en el océano.
Zozobramos y con las maderas que pude salvar del navío, me edifiqué una balsa y me deslicé durante un río ignoto, que acabó por llevarme a otra fantástica urbe. En ella volví a hallar fortuna y conocí a un rico comerciante que me dio la mano de su bella hija en matrimonio.
En este sitio, las personas tenían un poder increíble: eran capaces de transformarse en grandes pájaros que ascendían hasta lo más alto del cielo. Un día, pude montar en uno de ellos y viajar muy cerca del sol; tanto, que sus alas se prendieron fuego y caí en una montaña. Allá me hallé con 2 enigmáticos sirvientes, que me descubrieron que la urbe se hallaba en riesgo.
Los hombres pájaro se consumían a raíz de una asoladora lluvia de fuego y una gran víbora, de grandes fauces venenosas, avizoraba asimismo el sitio. Para salvarlos, me hicieron entrega de una encalla de oro con la que pude matar a la bestia y detener las llamas.
Incluso de esta manera, entendí que no estaba listo para encararme a otro riesgo en esa tierra ignota. Conque con mi esposa, tomamos todas y cada una nuestras posesiones y volvimos a Bagdad cargados de oro, sedas y todo género de valiosas mercaderías. Otra vez volví a hacerme mercader y me hice edificar un enorme palacio, esta preciosa mansión en la que ahora me ves.
Tuvimos múltiples hijos y fuimos bendecidos por muchos años, hasta el momento en que todos partieron a buscar fortuna y mi amada murió, dejándome solo los gratos recuerdos. Jamás más tuve ganas de navegar.
Y acá me ves, feliz pese a todo, pues he vivido muchas aventuras y nada me ha faltado.
El carguero sintió tristeza por haber escuchado la última de aquellas historias y creyó que iba a extrañar charlar con Simbad. Mas sacó otra bolsa con monedas de oro y se la dio despreocupadamente.
—A esta edad, los amigos son la única posesión valiosa que puede tener uno en la vida —le afirmó.
Desde entonces, los 2 fueron grandes amigos.
FIN