La leyenda del cocodrilo

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La leyenda del cocodrilo

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Afirman que hace bastante tiempo, cuando la Tierra estaba incluso más rebosante de Naturaleza que ahora, existía un animal que dejaba a todos y cada uno de los seres vivos sin aliento. El cocodrilo, en sus principios, no había sido creado con esa piel triste y escamosa que le vamos ahora. Al contrario, era la criatura más espléndida de todas y cada una de las que vivían en el agua o bien en las riberas del río; 2 dominios que siempre y en todo momento ha conocido perfectamente.
Su piel era absolutamente llana y dorada como el oro. Cuando nadaba bajo las corrientes, parecía una estela refulgente que dejaba un halo espléndido tras de sí. Y cuando salía del arroyo y los rayos del sol alumbraban su cuerpo, su piel centelleaba de una forma tan imponente que ocasionaba admiración en el resto de los animales.
Todos se reunían entonces en torno a él, para loar su belleza y envidiar el fulgor de su ser.
—Pero que cosa tan más preciosa —decían los más cándidos—, no hay ninguna persona más precioso que el cocodrilo. Miren cuanto reluce, tal y como si fuera exactamente el mismo sol.
—Realmente es excepcional —comentaban otros—, quien fuera él para tener ese fulgor dorado.
No podían faltar los animales envidiosos que lo miraban mal.
—¡Mas que desvergüenza! Que presumido —se quejaban—, ¿como se puede ser tan orgulloso? Ese terrible brillo nos dejará ciegos a todos.
Mas al cocodrilo no le importaban sus comentarios, puesto que se recreaba en su esplendor. Lo cierto es que un tanto orgulloso sí era, pues le encantaba el efecto que los rayos del sol tenían en su piel.
—No hay una criatura que sea más preciosa que —se afirmaba con presunción—, que suerte tienen el resto de poder mirarme. Si soy precioso como el día mismo.
Y de esta forma transcurría el tiempo, mientras que el cocodrilo le agradaba cada vez tomar más sol. Ya prácticamente no entraba al agua, con tal de verse a sí mismo reluciendo. Mas poquito a poco, los calientes rayos que tocaban su piel la fueron poniendo reseca y escamosa. Su bonito color oro se convirtió en un pardo triste y después pasó a un tono entre el verde y el gris, que nada debía ver con lo que había sido ya antes.
Abochornado de verse tan feo, el pobre reptil retornó a las aguas, llorando por haber perdido su belleza.
—¡Pobre bestia! —dijeron algunos— De no ser tan pretenciosa, ahora proseguiría siendo la más bella entre todos.
—Se lo merece —replicaron otros—, no se había visto nunca a una criatura tan presumida.
El cocodrilo, dándose cuenta de cuanta razón tenían, se sintió de manera profunda abochornado. Desde entonces raras veces volvió a salir del agua. Prácticamente siempre y en toda circunstancia se sostenía con el cuerpo escondo, sus ojos vigilantes y llenos de pena por si acaso se hallaba con otro animal.
Y de ahí que que hasta nuestros días, los cocodrilos son criaturas tímidas y de piel escamosa. Es el coste que han debido abonar por ser tan orgullosos en otra temporada.