La reina de las nieves (1ra parte)

Articulo de Cuentos de Hadas sobre La reina de las nieves (1ra parte)

La reina de las nieves (1ra parte)

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Cuentan que hace un buen tiempo, el demonio creó un espéculo despreciable, que hacía que todas y cada una de las cosas buenas y preciosas reflejadas en él, se mirasen feas y despreciables. Los paisajes más preciosos y llenos de verdor, se convertían en lugares grises y estériles. La gente que era afable y noble de corazón, se veía con siendo grosera y realizando los actos más inexcusables, las caras demacradas y malévolas.
Esto divertía mucho al desalmado ser, quien creyó que por medio de dicho espéculo podría traer discordia y guerras en el planeta, puesto que los hombres eran ingenuísimos.
De esta manera, le encargó a un conjunto de diablos que llevasen el espéculo por todos y cada uno de los rincones del planeta, por todos y cada uno de los países, hasta el momento en que no quedó uno solo que se viese libre de su maligna repercusión. Entonces creyó que sería considerablemente más entretenido subir al cielo llevando aquel espéculo, puesto que allá todo era dicha y belleza. ¡Cuanto se incordiaría el buen Dios si se burlaba de él por medio de su fantástico invento!
El demonio hizo que sus vasallos ascendiesen lo más alto posible, poco a poco más y más cerca del cielo, hasta el momento en que el espéculo se quebró, siendo inútil de resistir las feas muecas de los diablos que lo transportaban y la proximidad del cielo.
Todos estos fragmentos se dividieron por miles y miles de millones y fueron a parar a muchos lugares sin que absolutamente nadie se percatara. Ciertos eran tan grandes que fueron enmarcados para crear espéculos nuevos, mas ninguno de ellos acababa de satisfacer a quienes los adquirían. Otros, más pequeños, fueron empleados para fabricar quevedos, sin embargo toda vez que alguien se las ponía solo era capaz de mirar lo peor del planeta y el demonio volvía a recrearse en su casa.
Mas los fragmentos más pequeños del espéculo, esos que no eran mayores que un grano de arena, fueron los más bastante difíciles de localizar. Se hallaron flotando a la deriva, como polvo y en ocasiones contaminaban las cosas y a las personas.
Uno de ellos voló hasta una bella urbe donde habitaban 2 pequeños, llamados Gerda y Kai. Los dos eran los mejores amigos y jamás se apartaban el uno del otro. De manera frecuente subían al balcón que compartían sus casas para plantar flores, puesto que asimismo eran vecinos. Lo que más les agradaba, no obstante, era oir a la anciana abuela de Gerda, puesto que siempre y en todo momento tenía todo género de cuentos para contarles, sobre lugares lejanos y criaturas fantásticas.
Esa mañana, la buena mujer les contaba la historia de la Reina de las Nieves, una preciosa mujer que vivía en el norte y que cada invierno viajaba por las urbes para cubrir las ventanas con cristales de hielo.
Gerda se atemorizó mucho al escuchar esto, puesto que temía por las flores que morían de frío.
—¡A mí no me atemoriza la Reina de las Nieves! —dijo Kai— ¡Qué venga y la voy a poner en su sitio!
En ese instante, el fragmento muy, muy pequeño del espéculo se incrustó en el ojo de Kai y algo horrible pasó.
CONTINUARÁ