Los zapatos rojos

Articulo de Cuentos de Hadas sobre Los zapatos rojos

Los zapatos rojos

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Había una vez una pequeña muy pobre que se quedó sin absolutamente nadie en el planeta. Su madre terminaba de fallecer y se debía vestir con arrapos, y también ir con los pies descalzos. Por suerte, una buena y anciana señora se apiadó de ella y la adoptó tal y como si fuera su hija. Esta era una viuda con mucho dinero, que tan pronto como hubo acogido a la pequeña, fue a adquirirle ropa y zapatos.
La primera cosa que la chiquilla vio al entrar en la zapatería, fueron unos zapatos colorados de charol que le encantaron. Su benefactora no obstante, no los habría aprobado por ser demasiado escandalosos. Ella deseaba que vistiese decentemente.
Mas como no estaba realmente bien de la vista, no se dio cuenta del color y acabo comprándoselos de todas y cada una formas.
Al domingo siguiente, cuando las 2 asistieron a la iglesia, un limpiador de zapatos se aproximó al salir a la chiquilla y tocó la suela de sus zapatos.
—¡Qué zapatos de baile más bonitos! Ojalá no se te salgan en el momento en que te pongas a bailar.
Y entonces la pequeña empezó a danzar sin control, tal y como si su calzado hubiese cobrado vida. Velozmente, el cochero la metió en el carruaje y le quitó los zapatos, con lo que y su tutora pudieron partir muy apacibles.
Poco después, la buena anciana enfermó gravemente y debió continuar en casa para cuidarla. Al comienzo no le importó más una noche, escuchó que daban un baile en el pueblo y sintió ganas de ir. Con lo que se calzó nuevamente sus zapatos colorados y dejando sola a la vieja, partió a danzar contentísima.
Y de esta forma bailó y bailó, hasta el momento en que se sintió agotada mas ¡sorpresa! Los zapatos proseguían obligándola a moverse sin reposo.
Tanto conque pasaron 3 días desde el dicho baile y no podía detenerse. Estaba agotada, le dolían los pies y por mucho que había tratado de quitarse sus zapatos, no lo había conseguido. Pensó que le iba a dar un infarto de tanto danzar.
—¡Prefiero que me corten los pies a tener que proseguir bailando un solo día más! —exclamó y dicho esto, se dirigió danzando y llorando hasta la casa del carnicero— ¡Salga! ¡Necesito su ayuda! ¡Córteme los pies, por favor! —le suplicó— ¡Ya no soporto más esta tortura!
En ese momento, el limpiador de zapatos con el que se había encontrado en la iglesia el pasado día volvió a aparecer y acercándose a ella, le dijo:
—¡Qué zapatos de baile más bonitos! Han de estar ajustadísimos, deja que los vea de cerca —y volvió a tocarlos en la suela.
Los zapatos de manera inmediata se detuvieron, haciendo respirar con alivio a la fatigada chiquilla.
Desde ese momento, no fue de nuevo orgullosa ni ingrata con la anciana que la había acogido. Hacía todo cuanto le solicitaban en casa de buen grado y siempre y en toda circunstancia cuidaba bien de la salud de la viuda, agradeciendo todas y cada una de las cosas buenas que la vida le había brindado.